Mostrar mensagens com a etiqueta gabriela kizer. Mostrar todas as mensagens
Mostrar mensagens com a etiqueta gabriela kizer. Mostrar todas as mensagens

28 maio 2022

gabriela kizer

 

Puerto azul


Ustedes se escondían tras las piedras del malecón.

Tú eras rubia, acaso lo seas todavía.


Ustedes caminaban de noche y de día tomados de las manos.

Ustedes sonreían sobre granizados de fruta

y correteaban como niños a la orilla del mar.


Era el tiempo de ocultar cigarrillos

en los resquicios de una pared precisa.


¿Hasta dónde llegaba el aterrado asombro?

¿Hasta dónde la delicia de las manos ya sueltas?

¿Hasta dónde el sol, el musgo, el choque de las olas,

las voces lejanas, el gesto repetido del cangrejo?


Yo lo soñaba.

Punto por punto lo soñaba.

Pero no sé qué soñaba.


Mi placer está hecho de esa incógnita.




Porto azul


Vocês escondiam-se atrás das pedras do paredão.

Tu eras loira, talvez ainda o sejas.


Vocês andavam de noite e de dia de mãos dadas.

Vocês sorriam com os granizados de fruta

e corriam como crianças à beira-mar.


Era altura de esconder cigarros

nas aberturas de uma parede precisa.


Até onde chegava o aterrado assombro?

Até onde a delícia das mãos já soltas?

Até onde o sol, o musgo, o choque das ondas,

as vozes distantes, o gesto repetido do caranguejo?


Eu sonhava.

Ponto por ponto sonhava.

Mas não sei o que sonhava.


O meu prazer faz-se dessa incógnita.




Nochebuena


Le he dado vino a los gatos

y han olvidado que no deben arremeter

contra la jaula de los pájaros.


Le he puesto vino a los pájaros

para dejar de escuchar al miedo revoloteando,

para que, si no tienen suerte, la zarpa los agarre dormidos.


Le he puesto una manta a la jaula de los pájaros

para atenuar el asedio de los felinos.

Le he dicho a éstos que no es noche para cazar.


He pensado que en otras condiciones

la tarde se iría sin la sensación de un hueco apretado al estómago.


He descubierto que en ciertas celebraciones

mi alma se descuelga,

herida por algún motivo menor que el de la muerte,

pero motivo al fin.


He imaginado todos los brindis que no he podido hacer

por el cansancio de levantar la misma copa.


He recordado

que en estas fechas siempre he querido ser otra persona

donde quiera que esté y en la circunstancia en que me halle,

que la soledad

también ha sido hecha para estar a gusto

en nuestro disgusto más íntimo.



Consuada


Dei vinho aos gatos

esqueceram-se que não devem atirar-se

contra a gaiola dos pássaros.


Pus vinho aos pássaros

para deixar de escutar o medo

para que, caso não tenham sorte, a garra os apanhe a dormir.


Pus uma manta na gaiola dos pássaros

para atenuar o assédio dos felinos.

Disse a estes últimos que não era noite para caçar.


Pensei que noutras condições

a tarde se iria sem a sensação de um buraco apertado no estômago.


Descobri que em certas celebrações

a minha alma desprende-se

ferida por algum motivo mais pequeno que o da morte,

mas motivo por fim.


Imaginei todos os brindes que não pude fazer

pelo cansaço de levantar o mesmo copo.


Lembrei-me

que nesta data sempre quis ser outra pessoa

onde quer que esteja e na circunstância em que me encontre,

que a solidão

também foi feita para estar a gosto

no nosso desgosto mais íntimo



Poética

I

No tiramos nuestro cuerpo por la ventana.

No abrimos huecos en algún pedazo de tierra húmeda

para que nuestros amigos fueran a visitarnos.

No pedimos que nos sembraran flores encima.


Hemos visto caer sobre nosotros la modorra entera del dolor

y ni siquiera podemos decir que lo conocemos.

Hemos tratado de desperezarnos y de agarrar en el aire

una libélula: la flor prensada o podrida dentro del sueño.

Hemos besado su resequedad y sus larvas.

Hemos sentido en el sabor del barro, la mies

y aunque el grano fuese duro, inmasticable,

hemos aprendido a molerlo con los dientes.


¿Pero qué haremos ahora?

¿Qué sombrero le pondremos a esta tristeza de gaucho

solitario y ebrio?, ¿qué llanuras le daremos para que ande?,

¿qué oasis y qué cactus cuando precise recostarse

o apurar las espuelas, el puñal

para atrapar el tono que fuese necesario?


¿Recuerdas? Conocimos a un hombre

que fingía ataques de epilepsia en distintas esquinas de esta ciudad.

Cada cierto tiempo volvía a ponerse en nuestro camino.

Tirado en alguna acera,

lo veíamos bañado de sudor, con la mano en el corazón

y nos confundíamos nuevamente con espanto.

¿Y qué haremos ahora?

¿Qué le diremos a este sujeto que nos ha estafado?,

¿qué imagen suya pegaremos en el álbum de cromos superpuestos

para que no se nos confunda la memoria?


Para que no se nos olvide tampoco

la lentitud de aquel recogedor de latas

que casi de pie y a lo largo de cien segundos

atravesó la avenida principal

con luz roja para peatones

sin que ningún conductor gritara nada,

sin que ningún nuevo mitólogo afirmara

que así era como Atlas cargaba el mundo.


¿Y qué haremos en este mundo?

Qué cargamento de latas ganará algún valor de cambio

si no hemos caminado hasta el medio de la calle

para cargar y poner a salvo a un gato muerto,

si hemos visto a la amiga auscultar el corazón del animal

y mover el cuerpo, acariciarlo,

con una ternura que nos hizo avergonzar.

¿Y dónde buscaremos la cajita de cartón

en la que pueda caber esta vergüenza,

esa cara de gato atropellado

a la medida de un camión de basura?


No, no seguiremos buscando en el estiércol

la medida exacta de alguna frase inusitada.

No hallaremos nuevos ritmos en la quinta pata del gato

ni imitaremos a los hombres de manos enguantadas

que hay detrás de cada camión de basura.

Rasgaremos nuestras camisas, si hace falta,

nos sentaremos siete días en el suelo

y guardaremos el más rígido luto por aquello que importa

y que cae y que fracasa siempre.

Pero no quedará enterrado el corazón.

Tampoco lo congelaremos para futuros más desoladores aún

o sorprendentemente magníficos.


De los barcos que pasan,

hemos conocido ya la estela grabada sobre los huesos,

hemos entendido que nadie nos ha salvado de nada.

Pero no seremos los cronistas del desconsuelo.

No lo seremos.



Poética

I

Não atiramos o nosso corpo pela janela.

Não abrimos buracos num pedaço de terra húmida

para os nossos amigos nos visitarem.

Não pedimos para semearem flores em cima de nós.


Temos visto cair em nós a modorra inteira da dor

e nem sequer podemos dizer que a conhecemos.

Andámos a contorcer-nos e a apanhar no ar

uma libélula: a flor prensada ou apodrecida dentro do sonho.

Beijámos a sua secura e as suas larvas.

Sentimos no sabor do barro, a messe

e embora o grão fosse duro, imastigável,

aprendemos a moê-lo com os dentes.


Mas que faremos agora?

Que chapéu poremos a esta tristeza de gaúcho

solitário e ébrio? Que planícies lhe daremos para que ande?

Qual oásis, qual cacto quando precisar de descansar

ou apurar as esporas, o punhal

para apanhar o tom que seja necessário?


Lembras-te? Conhecemos um homem

que fingia ataques de epilepsia em várias esquinas desta cidade.

De tempos a tempos voltava a por-se no nosso caminho.

Estendido nalguma vala,

víamo-lo banhado em suor com a mão no coração

e ficávamos confusos de novo com espanto.

E que faremos agora?

Que diremos a esta criatura que nos burlou?

Que imagem sua colaremos no álbum de cromos sobrepostos

para não confundirmos a memória?


Para que não se nos esqueça sequer

a lentidão daquele apanhador de latas

que quase de pé e ao longo de cem segundos

atravessou a avenida principal

sem que nenhum condutor gritasse,

sem que nenhum novo mitólogo dissesse

que assim era como Atlas carregava o mundo.


E que faremos neste mundo?

Que carregamento de latas alcançará um valor de câmbio

se não caminhámos até ao meio da rua

para carregar e por a salvo um gato morto,

se vimos a amiga ascultar o coração do animal

e mover o seu corpo, acariciá-lo,

com uma ternura que nos fez envergonhar.

E onde procuraremos a caixa de cartão

onde possa caber esta vergonha,

essa cara de gato atropelado

à medida de um camião de lixo?


Não, não continuaremos a procurar no esterco

a medida exata de uma frase inusitada.

Não encontraremos novos ritmos na quinta pata do gato

nem imitaremos os homens de mãos enluvadas

que estão atrás de qualquer camião de lixo

Rasgaremos as nossas camisas, se for preciso,

sentar-nos-emos sete dias no chão

e guardaremos o mais rígido luto por aquilo que importa

e cai e fracassa sempre.

Mas não ficará enterrado o coração.

Tão pouco o congelaremos para futuros mais desoladores ainda

ou surpreendentemente magníficos.


Dos barcos que passam

conhecemos já a estrela gravada nos ossos

entendemos que ninguém nos salvou de nada.

Mas não seremos os cronistas do desconsolo.

Não seremos.